Tengo la certeza de que somos conocimiento ancestral-espiritual y que estamos en este mundo para hacer que esa sabiduría emerja de nuestro ser superior. Asumirlo conscientemente es uno de nuestros logros.
El arte es mi manera de explorar y vivenciar este proceso. Uno de mis desafíos es plasmarlo en la tela, no desde el intelecto, sino desde el ser-hacer al pintar. El punto permanente en mi trabajo es la sincronicidad entre emoción y acción, es dejar fluir la energía interna, que debe ser guiada por la intuición y conducida con claridad y decisión cuando traspasa mi interior para plasmarse en la tela.
No hay idea previa. Es en el presente cuando la energía debe concentrarse en la acción y reconocer en el exterior (el cuadro) mi interior (donde fijo mi mirada) para reflejar genuinamente mi ser. Conquistando este estado de conciencia, el signo, el gesto o la estructura que surgen en la tela no son inertes, son condensaciones vivas. Este lenguaje es encriptado para la mente, pero poderoso para nuestra realidad intangible y de trascendencia espiritual.
¿Es la creencia lo que hace que algo suceda? ¿Al creer y confiar logramos que la energía manifieste nuestro sentir? ¿Es ese sentir fruto de nuestra intuición superior?
Desarrollar la fuerza del lenguaje simbólico, emocional e intuitivo para accionarlo y moldearlo plásticamente conforme a sus propias leyes es otro de mis desafíos. Cuando logro capturar esos símbolos vivos bajo la ley del lenguaje que elegí, la pintura, están dadas las condiciones para que el espectador tenga un encuentro profundo con la obra. Ese encuentro, ese intercambio fértil, nos hace compartir un camino trascendente que se da más allá de las palabras.