El lenguaje de la pintura cambia con la historia, ya que es testimonio del presente y no puede escapar de las circunstancias de turno. Sin embargo, creo que el mensaje que trasciende de un artista es el que logra sobrevivir más allá del presente y tocar una parte de la eternidad. La humanidad avanza, el arte también. El hombre evoluciona, la mente también. Por lo tanto, el arte, manifestación genuina, inevitablemente refleja eso.
Desarrollar el ojo del observador eterno nos permite ir más allá del tiempo lineal, nos permite entrar en sintonía con la ebullición de la energía. El gesto, en mi obra, debe estar en sintonía con el latido universal, porque si no me trasciendo a mí misma, ya estoy muerta. Creo que solo un golpe, ¡pac!, explicaría mejor que mil palabras la perfecta sintonía entre tiempo y espacio que hace que el gesto sea verdadero.
Hoy el hombre derriba las fronteras del tiempo y del arte, la intuición está incorporada en nuestras vidas, el símbolo se revela y deja de estar oculto, y accedemos a lugares que antes nos eran vedados. El arte desnuda la esencia de las cosas y de la existencia. El arte relata vivencias del alma. El arte utiliza inconscientemente los símbolos sagrados como herramienta para diálogos profundos del espíritu. El arte está al servicio de nuestro ser más evolucionado para traer luz y concientizar los principios más básicos y elementales que hacen a nuestra esencia.
El hombre primitivo, los símbolos, la alquimia del universo y los libros sagrados se abren al unísono para romper las fronteras de lo físico y liberarnos del pensamiento lineal que nos dificulta la libertad. El gesto “cultivado” de un artista encierra y condensa la fuerza del origen. La sincronización del espacio-tiempo con la fuente de origen nos abre las puertas y nos libera del encierro de la idea.
El círculo, la cruz, los números y el grafismo condensan en mi obra, evocada desde el inconsciente, las fuerzas más primitivas posibles. Estos elementos no deben pensarse, se donan al artista en la medida en que la entrega es total. El precio es alto, las puertas son enormes, el camino es largo. Los guardianes del umbral están en cada etapa y se corren gentilmente cuando el trabajo está logrado. La evolución debe ser consciente, ya que el trabajo no es la superación del ego, sino del conocimiento.
La construcción de una obra debe engendrarse en una porción del origen y luego debe tocar esa magia perfecta que la razón no entiende, pero a la que no se llega sin camino recorrido. Punto, línea y plano, color, forma y textura, son infinitas las posibilidades de utilizarlos, pero cada artista elige como trabajar con este lenguaje. En mi obra, el lenguaje plástico, o sea, línea, punto, plano, grafismo, junto con la acción presente, se condensa en el gesto, y el valor es acertar. Hay una condensación entre símbolo, materia y espacio-tiempo que produce la obra. Explicar la simbología es traicionar su fuerza sagrada, por eso solo digo que la cruz es el encuentro divino entre los opuestos, que la cruz condensa la vida y la muerte. Me encanta ver que los opuestos se unen y que la matemática acusada de ser racional, lejos de eso, engendra la magia de la existencia.
Esta serie específicamente está hecha sobre lino y casi todas las obras son de 140 x 200 cm. Se trata de lino preparado con cola de conejo, como se hacía antiguamente, en el que se respeta un cien por ciento la apariencia de la tela.
En mis cuadros, el espacio no pintado juega activamente en la composición y su paleta reducida pretende sacar provecho y generar riquezas en un clima de austeridad profundo. Busco la simpleza de los planos, la fuerza del gesto, la simbología ortodoxa que sostiene las culturas. La austeridad me da estabilidad, y un juego lúdico de construcción y gesto me libera de lo establecido. El blanco me da pureza, liviandad, y el negro dosifica ese extremo. El rojo es como la sangre, la vida. Se trata de un rojo óxido, aplomado, sufrido, gastado por el tiempo, que da vitalidad en la austeridad de los neutros.
Placer estético, estabilidad emocional, ausencia de ilusionismos, búsqueda de lo puro, lo equilibrado, lo esencial, lo mínimo que necesito para ser… Un trazo, un lápiz negro, el legado de mi gesto sobre el plano, el grafismo más puro después de todo lo aprendido, la fuerza de lo esencial primitivo después de haber pintado muchos años lo aparente, lo externo. No hay nada más placentero que la expresión genuina al volver. Años dibujando cuerpos para que la línea hable desde el cuerpo del modelo, la carne. Hoy la línea de mi obra vuelve a mí, cuenta mi propia historia para el que la quiera compartir.
La articulación cósmica se me revela en planos, colores, líneas y trazos. La energía se condensa y es testimonio de mi proceso. La materia es símbolo y el símbolo es mi propia esencia, por eso el gesto que hoy presento es simplemente la caligrafía de mi alma.
Rebeca Mendoza